¿Qué es la hez del mundo? (1.a Corintios 4:13). ¿Es la polilla social de la cual nace el sindicato del crimen? ¿Es el genio del mal operando en las esferas internacionales? ¿Es Babilonia? ¿Es Roma? ¿Es el pecado? ¿Es una legión de malos espíritus que llevan este repulsivo título? ¿Qué es...?

Un millar de suposiciones sobre esta pregunta podría traer un millar de respuestas diferentes, todas desacertadas. La verdadera respuesta es la misma antítesis de lo que podríamos esperar. Esta «hez del mundo» no son hombres ni demonios. No es lo malo, sino lo bueno —y no solamente bueno, sino lo mejor de todo—. No es material, sino espiritual; no es de Satanás, sino de Dios. No es la Iglesia, sino un santo. No es sólo un santo, sino lo más santo de entre los santos. «Nosotros los apóstoles —dice Pablo— somos la hez de este mundo.» Luego, para añadir injuria al insulto, eleva la infamia y profundiza la humillación, añadiendo: (Nosotros los apóstoles somos) «la escoria de todas las cosas» (1.a Corintios 4:13).

Cualquier hombre que se ha llamado a sí mismo «hez de la tierra» no tiene ambiciones y, por tanto, no tiene por qué estar celoso de nada. No se atribuye reputación; por tanto, no tiene por qué pelear con nadie. No tiene posesiones; por tanto, no tiene por qué preocuparse. No tiene derechos; por tanto, no tiene razón para sufrir agravios. ¡Bendito estado! Se considera muerto; por tanto, nadie puede matarle. En tal estado de mente y de espíritu, ¿puede alguien maravillarse de que los apóstoles transformaran al mundo? Que los creyentes ambiciosos de hoy día consideren esta actitud apostólica hacia el mundo. Que el popular evangelista viviendo al estilo Hollywood reflexione sobre sus caminos.

Lo que dolía a Pablo más que sus ciento noventa y cinco azotes, tres apedreamientos y tres naufragios, era la crítica contenciosa y carnal de la gente de Corinto. Esta iglesia estaba dividida por rivalidades carnales —y por dinero—. Algunos habían subido a las alturas de la fama y eran los primeros comerciantes de la ciudad. Por esto Pablo les dice: «Vosotros habéis reinado como reyes sin nosotros.» Considerad los contrastes de 1.a Corintios 4:8: «Vosotros estáis llenos, sois ricos, habéis reinado como reyes sin nosotros. Nosotros somos necios por amor de Cristo, débiles, despreciados...; andamos desnudos y vagabundos (vers. 11). Somos hecho un espectáculo al mundo, a los hombres y a los ángeles.»

No era difícil para Pablo, después de todo esto, declararse a sí mismo el menor de todos, pero, luego, Pablo dirige toda esta verdad contra aquellos cuya fe había perdido su enfoque. Estos corintios estaban llenos, pero no eran libres. (Un hombre que ha escapado de su celda no es libre aunque haya podido arrojar de sí la cadena.) A Pablo le dolía que ellos tuvieran sobreabundancia y él nada; se queja de que su riqueza les había traído flaqueza de alma. Ellos tenían comodidad, pero no cruz; eran ricos, pero no traían el reproche de Cristo. No les dice que no son cristianos, sino que están buscando un camino sin espinas para ir al cielo. Por esto añade: «Ojalá que reinarais.» Si ellos estuvieran reinando, sería porque Cristo habría venido: el Milenio habría empezado. Y Pablo termina: «Para que nosotros reinásemos con vosotros.»

Pero ¿quién quiere ser deshonrado, despreciado, desprestigiado? Esta verdad es revolucionaria y transtorna toda nuestra corrompida enseñanza cristiana. ¿Quién se goza en ser estimado necio? ¿Es fácil ver nuestros nombres pisoteados como cosa mala? El régimen ateo rebaja a los hombres, Cristo los levanta. El verdadero Cristianismo es mucho más revolucionario que dicho sistema (aunque sin ser sangriento). Los tractores del mismo han tratado de allanar los montes de la riqueza y llenar los valles de la pobreza. Pensaron que por medio de la educación podían «enderezar los caminos torcidos», pero un Acta parlamentaria o una variación política no pueden traer el Milenio.

Pablo dijo acerca del apostolado: «Pobres, pero enriqueciendo a muchos.-» Gracias a Dios la bolsa de Simón el Mago no atrae la atención del Espíritu Santo. Si nosotros no hemos aprendido todavía cómo tratar con «el mamón  injusto», ¿cómo nos serán confiadas las verdadaderas riquezas?

Así que Pablo, un hombre social y materialmente en bancarrota, catalogado entre la «hez del mundo», pudo entender que, como hez, tendría que ser pisoteado por los hombres. Aun cuando podía responder a los filósofos epicúreos en la colina de Marte, sin embargo, por amor de Cristo, estaba dispuesto a ser tratado como loco. En cuanto a Jesús, el antagonismo del mundo fue fundamental y perfecto.

Hermanos, ¿es esto lo que elegimos? ¿Hay algo que nos irrite más que ser clasificados entre los indoctos e ignorantes? Sin embargo, un humilde pescador escribió el Apocalipsis, que todavía confunde a los eruditos. Estamos sufriendo hoy día una plaga de ministros que se preocupan más de llenar sus cabezas que de encender sus corazones. Si un predicador tiene inclinaciones por la cultura, que obtenga sus grados antes de entrar en el ministerio, pues cuando se encuentre ocupado en una labor tan importante, veinticuatro horas al día no le serán suficientes para llevar los nombres de su rebaño ante el gran Pastor y prepararles su alimento. El hecho es que las cosas espirituales tienen que ser discernidas espiritualmente (no psicológicamente). Ni Dios ni sus juicios han cambiado. Todavía es su prerrogativa «esconder las cosas de los sabios y entendidos y revelarlas a los niños». Y los niños, hermanos, no tienen intelectos colosales. La iglesia de esta hora se envanece a cada momento con los altos títulos de sus ministros, pero paraos un momento antes de envaneceros en la carne. Estamos teniendo una época muy baja en nacimientos espirituales. Y el diablo no se asusta hermano Apolos, de tu catarata de palabras elocuentes.

La línea de demarcación entre el mundo y el Cristianismo es bien distinta y significa descrédito. Los peregrinos de Juan Bunyan, pasando por la «Feria de Vanidad», eran todo un espectáculo. Su vestido, palabras, intereses y sentido de los valores se diferenciaban enteramente de la gente mundana. ¿Son así nuestras vidas hoy?

Durante la última guerra un general inglés dijo: «Tenemos que enseñar a nuestros hombres a odiar, pues si no odian no lucharán.» Hemos oído mucho (aunque no lo suficiente) respecto al amor perfecto, pero también necesitamos conocer el «airaos y no pequéis». El creyente lleno del Espíritu aborrecerá la iniquidad, la injusticia, la impureza y luchará contra todas estas cosas. Porque Pablo odiaba al mundo, el mundo odiaba a Pablo. Nosotros necesitamos también esta disposición a la oposición.

Stanley escribió su África oscura y el general Booth su Inglaterra oscura en medio de la más aplastante oposición. El primero vio los altos e impenetrables bosques con sus rugientes leopardos, sutiles serpientes y habitantes de las tinieblas. Guillermo Booth vio las calles de Inglaterra como Dios las veía, con su concupiscencia, pecado, juegos, prostitución, y levantó un ejército de Dios para combatir estas cosas. Nuestras aceras de enfrente son ahora nuestros campos de misión. No hagáis caso de la cultura y de las buenas maneras, pues una señora bien educada y de hablar suave puede estar tan lejos de Dios como una madre «Mau-Mau» vestida de hierba. Nuestras ciudades viven sumergidas en la impureza.
Un cristiano que llena su cerebro, noche tras noche, de cuentos de la televisión, llegará a tener un cerebro seco y un alma en bancarrota. Haría mejor de pedir a Dios que le quitara de este mundo, si está tan enamorado de esta edad licenciosa que la ceguera del pecado no arranca lágrimas de su alma. Cada calle de nuestras ciudades es un río de borracheras, divorcios, oscuridad diabólica y condenación. Si tomáis partido en contra de todo esto, no extrañéis, hermanos lectores, que el mundo os aborrezca. «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo.»

Pablo declara rotundamente: «El mundo me es crucificado a mí.» Esto está fuera del alcance de los cristianos del siglo xx. El Gólgota fue testigo de multitudes que venían a ver la humillación de los malhechores que allí eran ejecutados. El lugar de crucifixión era un carnaval de burla y menosprecio. Pero ¿quién iba a la mañana siguiente a ver las víctimas? Solamente las águilas y los buitres para arrancarles los ojos y destrozar sus costillas. El espectáculo tenía que ser repugnante. Del mismo modo, Pablo, crucificado al mundo, era repugnante para el mundo.

¿Podríamos nosotros repetir interiormente, con labios temblorosos, esta frase: El mundo me es crucificado a mi?l Sólo cuando seamos de tal modo «muertos al mundo», con toda su pompa y placeres pasajeros, podremos sentir la libertad que Pablo conoció. El hecho cierto es que nosotros, los seguidores de Cristo, respetamos al mundo, sus opiniones, alabanzas y títulos. Un crítico moderno dijo que los creyentes tenemos «el oro como nuestro Dios y la ciencia como credo». (El que se enoje es que le duele.) Sin embargo, en este mismo año de gracia conozco algunos creyentes de ambos lados del Atlántico que visten trajes de segunda mano a fin de ahorrar su dinero para la obra de Dios y que, como Pablo, se hacen necios por amor al Evangelio.

Este bendito hombre de Dios, para quien el mundo le era crucificado, era considerado como «loco». Sin embargo, Pablo presentó de tal modo su mensaje que otros buscaron su muerte porque su «negocio corría peligro». ¡Estos benditos apóstoles, con su santo y saludable desprecio del mundo, cómo nos avergüenzan! Como dijo cierto poeta:

Siguieron la senda que asciende hacia el cielo Con grandes peligros, angustia y dolor. ¡Oh Dios!, danos gracia, Espíritu y celo A fin de seguirles con igual fervor.

Pronto vendrá el «adiós a la mortalidad y bienvenida a la eternidad». Por esto te deseo, querido lector, un año de abnegado servicio para Aquel que tanto se sacrificó por nosotros, para que nosotros también podamos terminar nuestra carrera con gozo.
 
 
Por Leonard Ravenhill

0 comentarios :

Publicar un comentario

Gracias por visitar nuestro blogger, que Dios le bendiga grandemente. Gracia y Paz.