Sin anunciar y casi sin ser detectada, ha entrado en el círculo evangélico una cruz nueva en tiempos modernos. Se parece a la vieja cruz, pero no lo es; aunque las semejanzas son superficiales, las diferencias son fundamentales. Mana de esa nueva cruz una nueva filosofia acerca de la vida cristiana, y de aquella filosofia procede una nueva técnica evangélica, con una nueva clase de reunión y de predicación. Ese evangelismo nuevo emplea el mismo lenguaje que el de antes, pero su contenido no es el mismo como tampoco lo es su énfasis.


La cruz vieja no tenía nada que ver con el mundo, para la orgullosa carne de Adán, significaba el fin del viaje. Ella ejecutaba la sentencia impuesta por la ley del Sinaí. En cambio, la cruz nueva no se opone a la raza humana; antes al contrario, es una compañera amistosa y, si es entendida correctamente, puede ser fuente de océanos de diversión y disfrute, ya que deja vivir a Adán sin interferencias. La motivación de su vida sigue sin cambios, y todavía vive para su propio placer, pero ahora le gusta cantar canciones evangélicas y mirar películas religiosas en lugar de las fiestas con sus canciones sugestivas y sus copas. Todavía se acentúa el placer, aunque se supone que ahora la diversión ha subido a un nivel más alto, al menos moral aunque no intelectualmente.


La cruz nueva fomenta un nuevo y totalmente distinto trato evangelistico. El evangelista no demanda la negación o la renuncia de la vida anterior antes de que uno pueda recibir vida nueva, predica no los contrastes, sino las similitudes; intenta sintonizar con el interés popular y el favor del público, mediante la demostración de que el cristianismo no contiene demandas desagradables, antes al contrario, ofrece lo mismo que el mundo ofrece pero en un nivel más alto. Cualquier cosa que el mundo desea y demanda en su condición enloquecida por el pecado, el evangelista demuestra que el evangelio lo ofrece, y el género religioso es mejor.


La cruz nueva no mata al pecador, sino que le vuelve a dirigir de nuevo en otra dirección. Le asesora y le prepara para vivir una vida más limpia y más alegre, y le salvaguarda el respeto hacia sí mismo, es decir, su "auto-imagen" o la "opinión de sí mismo". Al hombre lanzado y confiado le dice: "Ven y sé lanzado y confiado para Cristo". Al egoísta le dice: "Ven yjáctate en el Señor". Al que busca placeres le dice: "Ven y disfruta el placer de la comunión cristiana". El mensaje cristiano es aguado o desvirtuado para ajustarlo a lo que esté de moda en el mundo, y la finalidad es hacer el evangelio aceptable al público.


La filosofia que está detrás de esto puede ser sincera, pero su sinceridad no excusa su falsedad. Es falsa porque está ciega. No acaba de comprender en absoluto cuál es el significado de la cruz.


La cruz vieja es un símbolo de muerte. Ella representa el final brutal y violento de un ser humano. En los tiempos de los romanos, el hombre que tomaba su cruz para llevarla. ya se había despedido de sus amigos, no iba a volver, y no iba para que le renovasen o rehabilitasen la vida, sino que iba para que pusiesen punto final a ella. La cruz no claudicó, no modificó nada, no perdonó nada, sino que mató a todo el hombre por completo y eso con finalidad. No trataba de quedar bien con su víctima, sino que le dio fuerte y con crueldad, y cuando hubiera acabado su trabajo, ese hombre ya no estaría.


La raza de Adán está bajo sentencia de muerte. No se puede conmutar la sentencia y no hay escapatoria. Dios no puede aprobar ninguno de los frutos del pecado, por inocentes o hermosos que aparezcan ellos a los ojos de los hombres. Dios salva al individuo mediante su propia liquidación, porque después de terminado, Dios le levanta en vida nueva.


El evangelismo que traza paralelos amistosos entre los caminos de Dios y los de los hombres, es un evangelio falso en cuanto a la Biblia, y cruel a las almas de sus oyentes. La fe de Cristo no tiene paralelo con el mundo, porque cruza al mundo de manera perpendicular. Al venir a Cristo no subimos nuestra vida vieja a un nivel más alto, sino que la dejamos en la cruz. El grano de trigo debe caer en tierra y morir.


Nosotros, los que predicamos el evangelio no debemos considerarnos agentes de relaciones públicas, enviados para establecer buenas relaciones entre Cristo y el mundo. No debemos imaginarnos comisionados para hacer a Cristo aceptable a las grandes empresas, la prensa, el mundo del deporte o el mundo de la educación. No somos mandados para hacer diplomacia sino como profetas, y nuestro mensaje, no es otra cosa que un ultimatum.


Dios ofrece vida al hombre, pero no le ofrece una mejora de su vida vieja. La vida que El ofrece es vida que surge de la muerte. Es una vida que siempre está en el otro lado de la cruz. El que quisiera gozar de esa vida tiene que pasar bajo la vara. Tiene que repudiarse a sí mismo y ponerse de acuerdo con Dios en cuanto a la sentencia divina que le condena.

¿Qué significa eso para el individuo, el hombre bajo condenación que quisiera hallar vida en Cristo Jesús? ¿Cómo puede esa teología traducirse en vida para él? Simplemente, debe arrepentirse y creer. Debe abandonar sus pecados y negarse a sí mismo. ¡Que no oculte ni defienda ni excuse nada! Tampoco debe regatear con Dios, sino agachar la cabeza ante la vara de la ira divina y reconocer que es reo de muerte.

Habiendo hecho esto, ese hombre debe mirar con ojos de fe al Salvador; porque de Él vendrá vida, renacimiento, purificación y poder. La cruz que acabó con la vida terrenal de Jesús es la misma que ahora pone final a la vida del pecador; y el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos, es el mismo que ahora levanta al pecador arrepentido y creyente para que tenga vida nueva junto con Cristo.

A los que objetan o discrepan con esto, o lo consideran una opinión demasiada estrecha, o solamente mi punto de vista sobre el asunto, déjame decir que Dios ha sellado este mensaje con Su aprobación, desde los tiempos del Apóstol Pablo hasta el día de hoy. Si ha sido proclamado en estas mismísimas palabras o no, no importa tanto, pero sí que es y ha sido el contenido de toda predicación que ha traido vida y poder al mundo a lo largo de los siglos. Los místicos, los reformadores y los predicadores de avivamientos han puesto aquí el énfasis, y señales y prodigios y repartimientos del Espíritu Santo han dado testimonio juntamente con ellos de la aprobación divina.

¿Nos atrevemos, pues, a jugar con la verdad cuando somos conocedores de que heredamos semejante legado de poder? ¿Intentaríamos cambiar con nuestros lápices las rayas del plano divino, el modelo que nos fue mostrado en el Monte? ¡En ninguna manera! Prediquemos la vieja cruz, y conoceremos el viejo poder.





 
Aiden Wilson Tozer


Probablemente este familiarizado con la historia del Rey David y su única aventura adultera con Betsabé. El incidente resulta en el embarazo de Betsabé. Tan pronto como ella descubrió su condición, ella le manda una nota a David, diciendo: “Estoy embarazada.”
Cuando David leyó la nota, tuvo pánico. Su reputación como un hombre piadoso y recto estaba en peligro. Él era un hombre que había escrito más de 3.000 Salmos y cánticos espirituales. Él fue el instrumento de Dios al matar los enemigos de Israel. Y él le había ilustrado al mundo lo que significaba tener un gran corazón para Dios.

Pero ahora, en su estado de pánico, David pensó no tan solo en su reputación, sino en la del Señor. Si su pecado fuera expuesto, estaría conectado al nombre de Dios. Visiones de un gran escándalo inundaban su mente. Así que David, concibió un plan para cubrir su aventura con Betsabé. Y la puso en acción enviándole un mensaje a Joab, el general al frente de su ejército. El mensaje decía, “Envíame a Urías, el heteo.” (2 Samuel 11:6).

Ahora bien, Urías era el esposo de Betsabé, y era parte de la infantería del ejercito de Israel. Evidentemente, Urías era parte de un destacamento elite de soldados, porque las Escritura lo menciona como uno de los siete hombres más fuertes de David (ver 23:39). Cuando Joab recibió el mensaje, debió ponerse sospechoso. Él conocía el corazón de David, incluyendo sus tendencias lujuriosas. A pesar de eso, el general mando a Urías a Jerusalén, para averiguar lo que David tenía que decirle.

Cuando Urías llego, David lo recibió en su residencia real e inmediatamente comenzó una conversación militar. Él le preguntó: “¿Cómo va la guerra? Y ¿cómo esta tu general? ¿Tus compañeros se están llevando bien? “Urías debió preguntarse: ¿De que se trata todo esto? Soy tan solo un hombre de infantería. No he hecho nada que merezca este tipo de atención.” O, también se habrá puesto sospechoso. Pudo haber escuchado algún chisme acerca de la aventura (aunque las Escrituras no registran que esto fuera conocimiento público).

Lo cierto es, que David le estaba tendiendo una trampa a Urías. El rey pensó que su problema se solucionaría si tan solo pudiera poner a Urías en la cama de Betsabé por una noche. Entonces Urías pensaría que él había causado el embarazo de su esposa. David le dijo: “Has peleado una larga batalla, y debes estar cansado. ¿Por qué no te vas a tu casa y descansas esta noche? Enviare comida especial para que disfrutes.” Pero cuando Urías se fue, el no fue a su casa. En vez de eso, él durmió en la casa de guardias en las afueras del palacio. Cuando David supo esto al otro día, él llamo a Urías y le pregunto: “¿Por qué no fuiste donde tu esposa anoche?”
Urías contestó: “El Arca, Israel y Judá habitan bajo tiendas; mi señor Joab y los siervos de mi señor, en el campo; ¿cómo iba yo a entrar en mi casa para comer y beber, y dormir con mi mujer? ¡Por vida tuya y por vida de tu alma, nunca haré tal cosa!” (2 Samuel 11:11). Urías solo podía pensar en sus compañeros. Su lealtad debió poner carbones ardientes sobre la cabeza de David.

Ahora, el pánico del rey aumentó. Rápidamente, ordeno que Urías se quedara en Jerusalén una noche más. Entonces él puso otro plan en acción. Esa noche, invitaría a Urías a su mesa a cenar, lo llenaría de vino y lo emborracharía. Sí Urías perdía sus estribos, se olvidaría de sus compañeros y querría dormir con su esposa.

¿Puedes imaginarte a este rey piadoso, un predicador de justicia, tratando de emborrachar a uno de sus fieles soldados? Eso es exactamente lo que David hizo. Y el plan funcionó: Urías se emborracho. David dio ordenes a sus guardias del palacio, “lleven a este hombre a su casa y a su cama.” Pero nuevamente, las escrituras dice, “Por la tarde salió a dormir en su cama, junto a los guardias de su señor; pero no descendió a su casa.” (11:13).

En este momento, el pánico de David aumentó más allá del control. Él sabía que tenía que tomar acción drástica. Así que escribió una carta a Joab, ordenándole que pusiera a Urías en el frente de la batalla más ardiente. Entonces, cuando el enemigo surgiera, Joab debía retroceder con todas sus tropas excepto Urías. En resumen, David quería que mataran a Urías.

David le entrego una carta sellada a Urías con instrucciones de entregarla a Joab. El leal Urías no lo sabia, pero su comandante-en-jefe acababa de entregarle su propia sentencia de muerte. Cuando Joab leyó la carta, el se dio cuenta del plan de David. Más sin embargo, obedeció la orden del rey de todas maneras. Él envió a Urías a una misión suicida. Y tal como David había planeado, mataron al soldado en la batalla.

Es difícil concebir que un hombre piadoso y justo como David pudiera caer en tal horrible pecado. Aun hoy, con todos los reportes noticieros de violaciones, violencia y asesinatos, la historia de David sobresale como una de las peores caídas que cualquier líder hubiera tomado. ¿Por qué? Porque le sucedió a un hombre de Dios, alguien apasionado por la justicia y rectitud.

Probablemente, recuerdes lo que siguió a esto: Betsabé lloro la muerte de su esposo por siete días, según la ley. Entonces David la llevo al palacio, donde ella se unió a su harén de esposas (el ya tenia cinco). Con el tiempo, Betsabé dio a luz al bebe de David. Y por todo un año después del asesinato, David no mostró señales de arrepentimiento por sus hechos. De hecho, él justificó la muerte de Urías ante Joab, diciendo que Urías había muerto por fortunas de guerra: “… porque la espada consume, ora a uno, ora a otro;” (11:25).

"Gracias a Dios que David tuvo un 
pastor que no temía al hombre."
Natán, el profeta era el pastor de David. Y el no tuvo temor de exponer el pecado en su rebaño, incluyendo el pecado del rey. Veo a Natán como un tipo del pastor piadoso que gime por los pecados en su congregación. Debió entristecerlo profundamente que David, un hombre a quien todos consideraban como piadoso y justo, estuviera encubriendo pecado.

Muchos ministros jóvenes me han hecho preguntas similares: “¿Cómo puedo tratar con el pecado en mi congregación? Tantas parejas se están divorciando, y otros están viviendo en adulterio. Yo sé que tengo la responsabilidad de predicarles acerca de la santidad de Dios. Pero no quiero ahuyentarlos de la iglesia, tampoco.”

Mi contesta a estos predicadores jóvenes es siempre la misma: “Tu congregación escuchara cualquier cosa que tengas que decir, si lo dices a través de lagrimas. No puedes darle sobre la cabeza con tu mensaje. Ellos tienen que saber que tu corazón esta quebrantado. Trata de llevarlos al arrepentimiento predicando la gracia de Dios. Si, la Palabra es una espada de dos filos, pero tienes que manejarla con guantes de terciopelo.”

Por supuesto, esta no es la actitud de cada pastor. Regularmente, recibo cartas de cristianos que dicen, “Tiene que escuchar predicando al Reverendo fulano de tal. Él es durísimo con el pecado.” Pero, la mayoría de las veces, los casetes de los sermones de estos predicadores no son mas que diatribas furiosas contra cosas externas. Sus mensajes raramente incluyen la misericordia o gracia de Dios. En vez de eso, ponen cargas pesadas sobre sus ovejas, mas sin embargo, nunca levantan un dedo para aliviarlos.

Yo creo que Natán nos provee con un ejemplo maravilloso de cómo un ministro piadoso expone el pecado. El no entró airado en la presencia de David, con los brazos en el aire y la voz como trueno. El no señaló la cara de David con su dedo huesudo gritándole: “¡tú eres el culpable!” No, él llevó el mensaje de Dios, temible y revelador de pecado con gran sabiduría, poder persuasivo y tierna misericordia. Y él usó una parábola para hacerlo.

Natán le dijo a David: “Un hombre pobre tenía una sola corderita. Era la mascota de la casa y era amada como un miembro de la familia. Esta corderita se sentaba en la pierna de todos, buscando ser mimada. Así que el hombre la crió y alimento como uno de sus hijos. Ahora el hombre pobre tenia a un vecino rico dueño de mucho ganado. Un día el hombre rico estaba entreteniendo visita. Cuando llego la hora de cenar, mando a uno de sus sirvientes a matar un cordero. Pero le dijo al sirviente que no lo tomara de su propio rebano, sino que lo robara del vecino, lo matara, cocinara y sirviera a su visitante.”

Cuando David escucho esto, se encendió. Le dijo a Natán, “¡Ese hombre rico merece la muerte!” “¡Vive Jehová, que es digno de muerte el que tal hizo! Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera, por haber hecho semejante cosa y no mostrar misericordia.” (2 de Samuel 12:5-6).

En este momento, Natán debe tener lágrimas en los ojos. Temblando, le dijo a David: “Tú eres ese hombre. … has tenido en poco la palabra de Jehová,…A Urías, el heteo, lo mataste a espada y tomaste a su esposa como mujer.” (12:7, 9).

Natán estaba diciendo: “David, ¿es que no entiendes? Estoy contando tu historia. Tú tenías cinco esposas, sin embargo, robaste la única esposa de otro hombre. No tuviste misericordia de él. Lo mandaste a la batalla para que fuera asesinado, para apoderarte de su corderita. Te has convertido en un adultero, un asesino y un ladrón. Has tomado la Palabra de Dios ligeramente.” Natán expuso cada detalle del pecado de David. Pero el no lo hizo con furia; mas bien, él le habló sencillamente al rey: “… dijo Natán a David” (12:7, énfasis propio).

Ese fue el momento en que todo golpeo a David, y el se quebrantó. Cuando leemos los escritos de David de ese tiempo, vemos el clamor de un corazón quebrantado: “Mis huesos están débiles. No puedo dormir. Cada noche cubro mi almohada con lagrimas.” El Espíritu Santo estaba persiguiendo a David, hablando a su corazón, animándole a arrepentirse. El no pudo escapar la persecución misericordiosa de Dios.

"Mientras leo y releo esta historia, el Espíritu Santo no me dejaba hastaque me mostró una poderosa verdad"

Después de estudiar este pasaje, comencé a clamar a Dios: “O Señor, ¿serás tan misericordioso conmigo como lo fuiste con David? ¿Me enviaras una poderosa palabra que exponga el pecado, como le enviaste a él? Por favor, Dios, si alguna vez me deslizo al compromiso, ponme bajo la reprobación santa de un profeta que no teme exponer el pecado.”

Yo creo que uno de los dones de misericordia más grandes de Dios a su iglesia son sus fieles ministros, quienes amorosamente nos reprueban de nuestros pecados. Doy tantas gracias a Dios por tales “predicadores Natán,” gente que no temen ofender a los ancianos, diáconos o miembros ricos de la iglesia. Se ponen cara a cara con cualquiera, para exponer sus iniquidades en ternura y amor.

Por supuesto, que nadie quiere tal reprobación. Algunos en nuestra lista de correo han escrito: “No me gusta abrir sus cartas. Leerlas siempre me hace sentir incomodo. Me desaniman.” “Yo no puedo servirle a un Dios como el suyo, quien siempre esta rebuscando en mi alma para exponer cosas.” “Usted necesita suavizar sus mensajes. No puedo soportarlos.”

Yo sé que como un pastor amante, tengo que cuidar mi tono. Pero no puedo pedir disculpas por predicar la verdad convencedora. Te pregunto, ¿qué le sucede a la iglesia cuando los pastores no le muestran a la gente sus iniquidades? ¿Dónde hubiera terminado David, si no tuviera a Natán para mostrarle su maldad?

Tienes que entender, Natán estaba muy bien enterado que el poderoso rey podía matarlo en cualquier momento. Él había visto a David furioso en muchas ocasiones. Así que, ¿por qué Natán no dijo, “Solo seré un amigo de David. Orare por él y estaré presente cuando me necesite. Tengo que confiar que el Espíritu Santo lo convencerá.” ¿Qué hubiera pasado?

El peor juicio posible es que Dios te entregue a tu pecado, que detenga todo trato del Espíritu Santo en tu vida. Sin embargo, eso es exactamente lo que esta pasando con muchos cristianos hoy día. Escogieron escuchar solo predicas suaves que aseguran la carne. Donde no hay Palabra convincente, no puede haber tristeza piadosa por el pecado. Y donde no hay tristeza piadosa por el pecado, no puede haber arrepentimiento. Y donde no hay arrepentimiento, solo hay dureza de corazón.

El apóstol Pablo escribió a la iglesia de los Corintios: “Ahora me gozo, no porque hayáis sido entristecidos, sino porque fuisteis entristecidos para arrepentimiento, porque habéis sido entristecidos según Dios,… La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento…” (2 Corintios 7:9-10). Pablo dijo que su clamor contra el pecado de los corintios produjo tristeza santa en ellos que los llevo al arrepentimiento. A su vez, eso produjo en ellos un odio hacia el pecado, un temor santo de Dios y un deseo para vivir rectamente. Pero esto nunca hubiese pasado si el no hubiera predicado una palabra convincente, aguda y penetrante.

La razón por la cual Pablo hablo tan fuertemente a los corintios era, “… para que se os hiciera evidente la preocupación que tenemos por vosotros…” (7:12). En otras palabras: “yo no estaba tratando de molestarlos o condenarlos. Yo expuse su pecado para que vieran cuanto los amo y tengo cuidado de ustedes. Cuando el Espíritu Santo toca la puerta de su corazón, a veces suena como un golpe severo. Pero, en realidad, Dios esta mostrando su tierno amor.”

Sin tal palabra, seguro que David hubiera caído bajo terrible juicio. Ya el había pasado un año en sus asuntos, sin enfrentar lo que había hecho. El no escucho ninguna palabra de reprensión o corrección. Así que con cada día que pasaba, su pecado se hizo más fácil de ignorar. Además, su ejército seguía ganando victorias decisivas. En la superficie, todo parecía irle bien. Pero estoy seguro que David tenia problemas para dormir en la noche. Probablemente, se despertaba cada día con una nube oscura colgándole encima. El hecho es, nadie que tiene intimidad con el Señor puede permanecer cómodo viviendo en pecado.

Permíteme darte un ejemplo: yo aconseje a un querido hermano cristiano a quien yo sospechaba que sostenía una aventura. Cuando se lo pregunto, lo negó vehementemente. Luego, un mes más tarde, pidió verme tarde una noche. Cuando me encontré con el, el esta llorando y quebrantado. El confeso, “Pastor, he estado viviendo en el infierno por semanas; le he mentido a usted y a Dios. He estado viviendo en adulterio. He repetido cada mensaje del pulpito, cada palabra de aviso. Y pude acallar la voz de Dios.” El Espíritu Santo continuamente le recordaba a este hombre todas las predicas que exponen el pecado que había escuchado. Y él fue llevado a arrepentimiento al recordar esa palabra predicada.

Ahora te doy otro ejemplo: una hermana en Cristo me escribió, “Hermano David, he estado casada por veinte años. Amo a mi esposo, pero ahora probablemente tendré que dejarlo aunque no quiera. No puede descifrar porque este hombre de Dios, quien va a la iglesia conmigo regularmente, comenzara a deteriorarse tanto en su carácter. Se ha vuelto deshonesto conmigo, un muro creció entre los dos. Pronto el se convirtió en un extraño para toda nuestra familia. No podía discernirlo. Ore e hice todo lo que pude para poder entender porque el se estaba deshaciendo. Entonces descubrí porque: estaba enviciado a la pornografía desde antes de casarnos, y por algún tiempo después. El aun dice ser cristiano y asiste a la iglesia conmigo. Pero se niega a dejar el vicio.”

Este hombre esta a punto de perder su familia y su hogar. Él declara que ha nacido de nuevo y que va camino al cielo. ¿Crees que él necesita un golpecito en la espalda y una palabra de seguridad? ¿Necesita el escuchar a algún predicador decir: “Estas bien, Jesús te ama? ¡No, nunca! Él necesita un Natán, alguien que le diga, “¡Tú eres hombre culpable!” Él necesita ser despertado, que le enciendan el fuego del Espíritu Santo debajo de él. De otra manera, será entregado a su pecado y con el tiempo será destruido.

"Yo creo que sin la palabra convincente de Natán, 
David hubiese caído bajo el peor juicio conocido por la humanidad."
"Si no hubiera un Natán—ninguna palabra profética y penetrante—David hubiese terminado como Saúl: espiritualmente muerto, sin dirección del Espíritu Santo, habiendo perdido toda intimidad con Dios."

Mientras David escuchaba la palabra amorosa pero penetrante de Natán, él recordó el tiempo cuando un rey anterior fue advertido por un profeta. David había escuchado todo acerca de Samuel advirtiendo al Rey Saúl. Y él había escuchado la respuesta a medias de Saúl, confesando, “He pecado.” (Yo no creo que Saúl clamo desde su alma, como lo hizo David, “¡He pecado contra el Señor!”).

David vio de primera mano los cambios ruines que cayeron sobre Saúl. El rey que una vez fue piadoso y dirigido por el Espíritu continuamente rechazaba las palabras de reprobación del Espíritu, llevadas a él por un profeta santo. Pronto Saúl comenzó a caminar en su propia voluntad, amargura y rebelión. Finalmente, el Espíritu Santo se aparto de él: “Por cuanto rechazaste la palabra de Jehová, también él te ha rechazado para que no seas rey” (1 Samuel 15:23). “… de Saúl se había apartado;” (18:12). Saúl termina yendo a una bruja buscando dirección. Él le confeso a ella, “Dios se ha apartado de mí y ya no me responde, ni por medio de los profetas ni por sueños; por esto te he llamado, para que me digas lo que debo hacer.” (28:15).

David recordó toda la locura, fealdad y terror que rodeaba a este hombre quien le había cerrado la puerta a la Palabra de Dios. De repente, la verdad penetró su propio corazón: “Dios no hace acepción de personas. He pecado como Saúl. Y ahora aquí está otro profeta, en otro tiempo, dándome la Palabra de Dios, como Samuel se la dio a Saúl. O, Señor, ¡he pecado contra ti! Por favor no quites tu Santo Espíritu de mí, como hiciste con Saúl.”

David escribió, “porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado; he hecho lo malo delante de tus ojos,…Purifícame… ¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, … No me eches de delante de ti y no quites de mí tu santo espíritu.” (Salmo 51:3-11).

Un comentarista sugiere que a pesar del arrepentimiento de David, el nunca se recupero de su caída. Él señala que la Biblia dice poco acerca de cualquier victoria por David después de este tiempo. Más bien, él sugiere, David meramente se desvaneció al trasfondo hasta su muerte.

Es cierto que David pago severas consecuencias por su pecado. De hecho, él profetizo juicio sobre si mismo: El le dijo a Natán que el hombre rico que le robo el cordero al hombre pobre debe restaurar todo cuatro veces. Y eso fue justo lo que sucedió en la vida de David: él bebé que Betsabé dio a luz murió en pocos días. Y tres de los otros hijos de David—Amón, Absalón y Adonias—todos tuvieron muertes trágicas y antes de su tiempo. Así que, David pago por su pecado, con cuatro de sus propios corderos.

Mas la Biblia claramente muestra que cada vez que volvemos al Señor en arrepentimiento genuino y del corazón, Dios responde trayendo absoluta reconciliación y restauración. No tenemos que terminar como Saúl, descendiendo a la locura y al terror. Ni tampoco tenemos que ‘desvanecernos’ de la vida, pasando nuestro tiempo en vergüenza callada hasta que el Señor nos lleve. Al contrario, el profeta Joel nos asegura que Dios entra inmediatamente cuando nos volvemos a él: Rasgad vuestro corazón… convertíos a Jehová, vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y se duele del castigo.” (Joel 2:13).

Extraordinariamente, Dios luego nos da esta increíble promesa: “Yo os restituiré los años que comió la oruga,… Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová, vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado.” (2:25-26). El Señor promete restaurar todo.

Tienes que entender, cuando esta profecía fue dada, Dios ya había pronunciado juicio sobre Israel. Pero el pueblo se arrepintió, y Dios dijo, “Ahora voy hacer cosas maravillosas para ti. Voy a restaurar todo lo que el diablo se robo.”

Amados, las tiernas misericordias de Dios permite al peor pecador decir, “No soy un adicto a drogas. No soy un alcohólico. No soy un adultero. Soy un hijo del Dios viviente, con todos los derechos del cielo en mi alma. Ya no vivo bajo condenación, porque mi pasado esta completamente detrás de mí. Y no tengo que pagar por mis pecados pasados, porque Jesús pago el precio por mí. Lo que es mas, él dice que me restaurara todas las cosas.”

Esta es la verdad de lo que le sucedió a David: Él escuchó la Palabra de Dios a través de Natán, el se arrepintió y obedeció, y como resultado, el paso el resto de su vida creciendo en su conocimiento de Dios. El Señor dio gran paz a la vida de David. Y con el tiempo, todos sus enemigos fueron silenciados.

Pero la evidencia mas clara de la restauración de Dios en la vida de David es su propio testimonio. Lee lo que David escribió en los días de su muerte:

Jehová es mi roca, mi fortaleza y mi libertador; Mi Dios, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio, mi salvador.” (2 Samuel 22:2-3). Este no es el testimonio de alguien que se ha desvanecido.
 “… mi Dios clamé y escuchó mi voz…me tomó. Me sacó de caudalosas aguas. … Me sacó a lugar espacioso, me libró porque me amaba.” (22:7, 17, 20). Hemos estudiado todo lo que David hizo para desagradar al Señor. Pero, aun después de todo eso, David pudo decir, “El Señor se deleita en mi.”

Esta es la razón por la cual David siempre será conocido como “un hombre acorde con el corazón de Dios: Es porque el rápidamente y genuinamente se arrepintió de sus pecados. Proverbios nos dice:

“… pero el que acepta la corrección recibirá honra.” (Proverbios 13:18). Dios te honrara, si amas y obedeces la corrección santa.
“… sino que rechazaron mi consejo y menospreciaron todas mis reprensiones comerán del fruto de su camino y se hastiarán de sus propios consejos. Porque el desvío de los ignorantes los matará, (1:30-32). Si vuelves oídos sordos a la corrección santa, terminara destruyéndote.
“… y camino de vida son las reprensiones…” (6:23). Simplemente, la Palabra convencedora de Dios trae vida.

Querido santo, la verdad acerca de “predicas duras,” si es predicada con lágrimas, es que es en realidad “predica de gracia.” Si estas siendo sondeado por la Palabra de Dios—si su Espíritu no esta permitiéndote sentarte cómodo en tu pecado—entonces se te esta mostrando misericordia. Es el profundo amor de Dios obrando, atrayéndote de la muerte a la vida.
¿Responderás a él como David? Si es así, conocerás la verdadera restauración y reconciliación. Y Dios restaurara todo lo que el enemigo se ha robado. ¡Aleluya!

 Por David Wilkerson

 


Algunos predicadores dominan sus asuntos y algunos asuntos dominan al predicador. De vez en cuando encontramos algún predicador que es dueño de ambas cosas y domina también su asunto.

El apóstol Pablo era de esta categoría. Miremos a Pablo en Efeso (Hechos 19): Siete hombres están tratando de usar una fórmula religiosa sobré una víctima del tipo de la de Gadara, pero el usar términos teológicos o versículos de la Biblia contra hombres poseídos por el demonio es tan ineficaz como lanzar bolas de nieve contra el peñón de Gibraltar con la esperanza de derribarlo. Un solo hombre controlado por el demonio fue un pugilista capaz de propinar una buena paliza a los siete tontos psicópatas. Mientras los siete hijos de Sceva huían por las calles descamisados y avergonzados, el hombre poseído por el espíritu inmundo aumentaba su guardarropía con siete trajes. Por esto los siete fugitivos, heridos y temerosos, se vieron obligados a contar la historia. De este modo Dios tornó su locura en gloria para Cristo, pues el nombre del Señor fue grandemente temido y ensalzado. Muchos espiritistas de aquella época fueron convertidos; judíos y griegos fueron salvos. Y en una hoguera pública destrozaron y quemaron libros de falsos cultos por valor de 50.000 piezas de plata.

Así se cumplió: «La ira del hombre te acarreará alabanza.» Escuchad el testimonio del demonio: «A Jesús conozco y sé quién es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?» 



Esta es la más alta alabanza que la tierra o el infierno pueden conceder a una persona: ser considerado por el enemigo como identificado con Jesús. ¿Cómo consiguió esto el apóstol Pablo? ¿Por qué los demonios conocían a Pablo? ¿Es que le habían apaleado también a él, o él les había apaleado a ellos? ¡Ciertamente! Considerad por un momento la historia de Pablo. Dios y Pablo estaban en términos muy íntimos. Le habían sido concedidas grandes revelaciones, sus servidores eran ángeles y sus humildes manos eran en gran manera poderosas. Sus palabras llenas de poder del Espíritu de Dios rompieron los grillos del alma de una muchacha atada por el demonio, a la cual los hombres usaban como adivina. En Corinto, la ciudad más corrompida del mundo greco-romano,, este poderoso Pablo cavó cimientos en el «Pantano del Desaliento» y a las mismas puertas de la corte diabólica estableció una iglesia. Más tarde arrebató almas frente a las mismas narices de César: miembros de su propia corte. Ante los reyes Pablo se hallaba como en su casa, pues dijo: «Me siento por dichoso, oh rey Agripa.» Pablo trastornó, asimismo, la capital intelectual del mundo (la colina de Marte) hablándoles de una verdad, la de la resurrección, que confundió a sus cultos oyentes. Mientras Pablo vivió, el infierno no tuvo paz.

¿Cuál era la armadura de Pablo? ¿Dónde había afilado su espada? Más de una vez Pablo usó la expresión: «Estoy persuadido», y aquí radicaba su secreto. Verdades reveladas le habían hecho sabio. La Palabra, como el Señor mismo, son inmutables. El áncora de Pablo estaba echada en las profundidades de la fidelidad de Dios. Su hacha de batalla era la Palabra del Señor; su fortaleza, la fe en esta Palabra. El Espíritu avisaba a Pablo de la próxima estrategia del adversario, cuyas maquinaciones no le eran ocultas; por esto el infierno sufría derrotas. Cuando unos hombres impíos quisieron asesinar a Pablo, un muchachito descubrió el complot y los hombres y los demonios tuvieron un fracaso.

La espiritualidad, que salva a los hombres del infierno y los preserva de pecados vulgares, es maravillosa, pero yo creo elemental. Cuando Pablo fue a la cruz, el milagro de la conversión y regeneración tuvo lugar; pero cuando más tarde llegó a la cruz, tuvo lugar el mayor milagro, el de su identificación con Cristo. Este es, creo yo, el mayor argumento del apóstol. Ser muerto y vivir al mismo tiempo. «Vosotros sois muertos», escribió Pablo a los Gálatas. Suponed que aplicamos esta expresión literalmente a nosotros mismos. ¿Somos nosotros muertos"! ¿Muertos a la alabanza y a la crítica? ¿Muertos a la moda y a la opinión humana? ¿Muertos de tal modo que no haya manera de que podamos ser identificados por los que conocían nuestra antigua vida? ¿Muertos de tal modo que no recibamos ofensa si otro obtiene alabanza por aquello que nosotros hicimos? ¡Oh dulce, sublime experiencia la de estar plenamente satisfechos por la presencia de Cristo en nuestras almas y nada más! Así podríamos cantar con Wesley:


Muertos al mundo y a sus vanidades, A sus pompas y vanos goces, Sea Jesús mi única gloria.

Sí, Pablo estaba muerto. Luego añade: «Pero vivo no ya yo.» El cristianismo es la única religión en el mundo en que el Dios de la persona vive dentro de ella. Pablo no luchó más con la carne (ni con la suya ni con la de ningún otro), luchó «contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas.» ¿No arroja esto mucha luz acerca de por qué el demonio dijo: «A Pablo conozco»! Pablo había estado luchando contra los poderes del demonio. (En estos días modernos, el arte de «atar y desatar», al cual Cristo se refiere y que Pablo conocía tan bien, es casi olvidado e ignorado.)

En el último momento de su terrena peregrinación Pablo declaró: «He peleado la "buena batalla".» Los demonios podían haber dicho amén a esta declaración, pues -ellos sufrieron más de Pablo que Pablo de ellos. Pablo era bien conocido en el infierno.

Otra áncora en la cual había Pablo sujetado su alma era en la ira de un Dios santo contra el pecado. «Estando, pues, poseído del temor del Señor, persuadimos a los hombres» (2.a Corintios 5:11). Pablo contaba a los hombres como perdidos. La otra noche vi una proyección luminosa sobre una pantalla, pero estaba borrosa y no significaba nada. Entonces la mano del operador enfocó la imagen. ¡Qué diferencia! Así nosotros, los cristianos, necesitamos la mano divina que enfoque ante nuestros ojos el cuadro de los hombres perdidos por la eternidad. Porque Pablo amaba a su Señor con un amor perfecto, aborrecía el pecado con un odio perfecto. Por esto él veía a los hombres, no sólo como pródigos, sino también como rebeldes; no sólo como náufragos de la justicia, sino como conspiradores en su maldad, que necesitaban ser perdonados o castigados. Con la fiereza de su amor, ardía de ira ante la injusticia de los hombres sujetos al poder de los demonios. Por eso su lema era: «Una cosa hago.» El no tenía intereses personales, no tenía ambiciones, no tenía por qué hacerse popular y apreciado de las gentes para que le invitaran a predicar o compraran sus libros. No tenía ambiciones; por lo tanto, ningún motivo para sentir envidia. No tenía reputación, y por tanto carecía de motivos para pelear con otros. No tenía posesiones, y por tanto no tenía necesidad de preocuparse. No tenía derechos, y por tanto no podía ser agraviado. Ya había sido quebrantado, así que nadie podía quebrantarlo; era muerto, nadie podía matarle. El era el menor entre los menores, así que nadie podía humillarle. Había sufrido la pérdida de todas las cosas, así que nadie podía defraudarle. ¿No echa todo esto alguna luz de por qué el diablo dijera: «A Pablo conozco» Por causa de este hombre, intoxicado del celo de Dios, el infierno sufría muchos quebraderos de cabeza.

Había todavía otra áncora a la cual el espíritu de este santo hombre se hallaba amarrado, y era la eficacia de la sangre de Jesús y su poder para salvar plenamente. «TODOS pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» —dice—, pero Cristo es poderoso para salvar eternamente a TODOS los que vienen a Dios por El. ¡Oh, que el mundo pueda conocer al Cordero que limpia de todo pecado! Para Pablo no había redención limitada. Era zelote y quería serlo. A la luz de un infierno eterno, ¿qué valor tenían las cosas perecederas? Y, en nuestro tiempo, ¿qué valor tienen los honores humanos? ¿Cuáles son los principios de la perdición? Que ahora mismo los hombres están PERDIDOS exactamente igual como lo serán cuando mueran. Ahora mismo los hombres están en el vértice del gran torbellino de iniquidad que por fin les engullirá al infierno eterno. ¿Es esto verdad? Pablo estaba convencido de que lo era. Entonces, ¡oh brazo del Señor, despiértate, vístete de fortaleza!» (Isaías 51:9) y hazme tu hacha de batalla y tus armas de guerra, me parece oír a Pablo decir.

Otra áncora en la que Pablo estaba asegurado era: «Ausente del cuerpo, pero presente al Señor» (2.a Corintios 5:8). ¡Nada de sueño de las almasl ¡Nada de estado intermedio! De la vida terrena a la vida eterna. Ante el pensamiento de la eternidad, el lenguaje le falta y la imaginación se detiene. Pablo podía escribir de sus azotes, prisiones, ayunos, cansancios, dolores, etc., como «una aflicción momentánea y leve», recompensada por el hecho de: «Así estaremos siempre con el Señor.» Todas las municiones de los demonios eran malgastadas cuando intentaban atacar a Pablo. ¿Os extrañáis de que uno de ellos dijera: «A Pablo conozco»

La verdad final a la cual Pablo había anclado su propia alma era: «DEBEMOS TODOS COMPARECER ANTE EL TRIBUNAL DE CRISTO» (2.a Corintios 5:10). El vivir ante los valores de la eternidad había quitado a la muerte su aguijón. Viviendo una vida recta (no tan sólo rectamente, sino según el modelo hallado en la Palabra Santa) no se preocupaba del después. Pablo había sido hecho tan semejante a la imagen del Hijo que podía decir: «Lo que habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto haced» (Filipenses 4:9). Copiar de otras copias, por lo general no es seguro; pero es seguro copiar de Pablo, pues él estaba plenamente rendido, totalmente santificado, completamente perfecto y «completo en Cristo».

¿Os extraña todavía que un demonio dijera: «A Pablo conozco»? ¡A mí no!




 Por Leonard Ravenhill

UN CRISTO DIVIDIDO, UNA HEREJÍA EVANGÉLICA
Por A. W. Tozer 

“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia”
1ª de Pedro 1:14
Las Escrituras en ninguna parte enseñan que la persona de Jesucristo o ninguna de sus funciones u oficios importantes los cuales Dios le dio, puedan ser divididos o ignorados.

Pero ha entrado una herejía muy perniciosa a través de todos nuestros círculos evangélicos cristianos. Es un concepto ampliamente aceptado de que nosotros como humanos podemos escoger aceptar a Cristo únicamente porque lo necesitamos como nuestro Salvador, y que tenemos el derecho de posponer nuestra obediencia a Él como nuestro Señor, por todo el tiempo que queramos.

Este concepto ha brotado naturalmente de un mal entendido de lo que la Biblia dice en realidad acerca del discipulado cristiano y la obediencia. Confieso que yo estaba entre aquellos que lo predicaban, antes de que empezara a orar a conciencia, a estudiar diligentemente, y a meditar con angustia sobre todo este asunto.

Creo que lo siguiente es una declaración semejante a lo que a mí se me enseñó en mi primera experiencia cristiana: “Nosotros somos salvos recibiendo a Cristo como nuestro Salvador y somos santificados recibiendo a Cristo como nuestro Señor. Y es posible que hagamos lo primero sin hacer lo segundo”. Ciertamente este concepto requiere de una profunda modificación en las mentes y que muchos la corrijan para guardarnos del error.

La verdad es que la salvaciÓn separada de la obediencia no existe en las Escrituras. Pedro hace ver muy claro que nosotros somos “elegidos según la presciencia (conocimiento anticipado) de Dios el Padre, a través de la santificación del Espíritu para obediencia” (1a de Pedro 1:2, paráfrasis del autor).

Que tragedia es que en nuestros días, oímos muy seguido que el evangelio se predica sobre estas bases: “¡Ven a Jesús! No tienes que dejar nada, no tienes que cambiar nada, no tienes que entregar nada, no tienes que dar nada a cambio, únicamente ven a Él y cree en Él como tu Salvador”.

Así que la gente viene y cree en el Salvador. Más tarde en una reunión o en una conferencia ellos oirán otro llamado: “Ahora que tú ya has recibido al Señor como tu Salvador, lo tomarás o lo recibirás como tu Señor?”.

El hecho de que esto se oiga en todas partes no lo hace correcto. Insistirle a la persona que crea en un Cristo dividido es una enseñanza incorrecta. ¡Nadie puede recibir la mitad de Cristo, o la tercera parte de Cristo, o una cuarta parte de la persona de Cristo!

He oído a siervos de Dios decir con buena intención: “Ven y cree en la obra terminada (ya todo está hecho)”. Esta obra no te va a salvar. La Biblia no nos dice que creamos en una función o en una obra. Más bien dice que creamos en el Señor Jesucristo, la persona que ha hecho esta obra y que tiene todas esas funciones.

Me parece sumamente importante que Pedro hable de sus compañeros cristianos de aquel tiempo como “niños obedientes” (Ver 1a de Pedro 1:14). Él no les estaba dando una orden o una exhortación a ser obedientes. En realidad él dijo: “Supongo que ustedes son creyentes, por eso también creo que son obedientes. Así que ahora, como niños obedientes, hagan esto y esto”.

La obediencia se enseña a través de toda la Biblia y la verdadera obediencia es uno de los requerimientos más difíciles en la vida cristiana. Separada de la obediencia no puede haber salvación, la salvación sin obediencia no es posible porque es contraria a lo que está escrito en la palabra de Dios.

La esencia del pecado es la rebelión en contra de la autoridad divina
Dios dijo a Adán y a Eva: “No comerás de este árbol, porque en el día que tú comieres ciertamente morirás” (Ver Génesis 2:16-17). Esta es una orden divina que requería obediencia de parte de aquellos que tenían voluntad propia y el poder de escoger.

A pesar de la advertencia tan fuerte que se les dio, Adán y Eva extendieron la mano y comieron de la fruta, y así desobedecieron y se rebelaron, trayendo el pecado y la condenación sobre sí mismos.

Pablo escribe clara y directamente en el libro de Romanos acerca de “la desobediencia del hombre”. Lo que escribió el apóstol es una palabra dura dada por el Espíritu Santo: “Por medio de la desobediencia de un hombre vino la caída de la raza humana” (Ver Romanos 5:12-21).

En el evangelio de Juan está muy claro que el pecado es desobediencia a la ley de Dios.
El cuadro de los pecadores que Pablo describe en el libro a los Efesios concluye que la gente del mundo son “los hijos de desobediencia”. Pablo quiere decir que la desobediencia los caracteriza, que constituye su condición, que los moldea. Que la desobediencia se ha convertido en una parte de su naturaleza.

Todo esto nos da un antecedente para la gran pregunta que siempre ha surgido ante la raza humana: ¿quién es el jefe? Esto se convierte en una serie de tres preguntas: ¿a quién pertenezco?, ¿a quién le debo lealtad?, ¿quién tiene autoridad para requerirme obediencia?

Yo supongo que de toda la gente del mundo, son los americanos los que tienen mayor problema para obedecer a alguien o a algo. Eso es, porque se supone que los americanos son los hijos de la libertad. Son el resultado de una revuelta. Produjeron una revolución cuando tiraron las pacas de té al mar desde el barco en el puerto de Boston. Hubo discursos y dijeron: “El sonido de las armas será llevado por el viento que sopla desde la comunidad de Boston”, y también, “¡Dame la libertad o dame la muerte!”. Esto está en la sangre americana, y cuando alguien dice, “tú le debes obediencia a tal o a cual”, inmediatamente se erizan. En realidad, no nos agrada la indicación de someternos en obediencia a nadie.

Igualmente, la gente de este mundo tiene una contestación lista y rápida a las preguntas de dominio y obediencia. Dirían, “yo me pertenezco a mí mismo, nadie tiene autoridad para requerirme obediencia”.
Nuestra generación hace gran alarde de esto; le damos el nombre de “individualismo” (sistema de refinado egoísmo), y sobre la base de nuestra individualidad demandamos el derecho de decidir por nosotros mismos.

Ahora bien, si Dios nos hubiera hecho meramente máquinas, no tendríamos el poder de decidir por nosotros mismos. Pero como nos hizo a Su imagen, y nos hizo para que fuéramos criaturas morales (de buenas costumbres y acciones lícitas), por lo tanto el Señor nos ha dado ese poder.

Insisto en que no tenemos el derecho de decidir por nosotros mismos, porque Dios nos ha dado el poder mas no el derecho de escoger la maldad. Viendo que Dios es un Dios santo y que nosotros somos criaturas morales con el poder pero no el derecho de escoger la maldad, ningún hombre tiene ningún derecho de mentir. Tenemos el poder de robar: puedo salir a la calle a conseguir un abrigo mejor que el que tengo ahora. Puedo entrar a un lugar y robarme ese abrigo y salirme por una de las puertas de los lados sin ser observado. Tengo el poder, pero no tengo el derecho.

También tengo el poder de usar un cuchillo, una navaja, o una pistola para matar a cualquier persona, pero no tengo este derecho.

En realidad, solamente tenemos derecho de hacer el bien, porque Dios es bueno. Sólo tenemos derecho de ser santos, pero no malos. Adán y Eva no tenían ningún derecho moral de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, y al hacerlo, usurparon un derecho que no era de ellos.

El poeta Tennyson ha de haber estado pensado acerca de esto cuando escribió en sus “Memorias”: “Nuestras voluntades son nuestras, no sabemos como; nuestras voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”.

Este misterio de la libre voluntad del hombre es demasiado grande para nosotros. Tennyson dijo: “…no sabemos cómo”. Pero continúa diciendo, “…nuestras voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”. Y este es el único derecho que tenemos aquí: hacer de nuestra voluntad la voluntad de Dios; para hacer de la voluntad de Dios nuestra voluntad.

Debemos recordar que Dios es el Soberano y nosotros las criaturas. Él es el Creador y por eso tiene derecho de ordenarnos. Nuestra obligación es obedecer. Es una obligación agradable y puedo decir, que “su yugo es fácil y ligera su carga” (Ver Mateo 11:30).

Ahora vuelvo al punto de la insistencia humana de que Cristo tenga con nosotros una relación dividida. ¿Cómo se puede hallar apoyo para enseñar que nuestro Señor Jesucristo puede ser nuestro Salvador sin ser nuestro Señor? ¿Cómo se puede continuar enseñando que se puede ser salvo sin ninguna intención de obedecer a nuestro Señor? (Ver Hechos 2:36).

Estoy convencido de que cuando un hombre cree en Jesucristo, debe creer en todo el Señor Jesucristo, sin ninguna reserva. Yo creo que no es correcto ver a Jesucristo como un tipo de enfermero divino a quien nosotros acudimos cuando el pecado nos ha enfermado, y que después de que nos ha ayudado decirle “adiós”, y seguir por nuestro propio camino.

Vamos a suponer que entro a un hospital y le digo al personal que necesito una transfusión de sangre, o una radiografía de mi próstata. Después de que ellos me prestan sus servicios y me atienden, me salgo por la puerta del hospital con un alegre “adiós”, diciéndoles que fueron muy bondadosos en ayudarme cuando lo necesité, y me voy como si no les debiera nada.

Puede ser que esto suene grotesco, pero pinta claramente el cuadro de aquellos a quienes se les ha enseñado que pueden usar a Jesús como Salvador en el tiempo en que lo necesiten, pero sin reconocerlo como Señor y sin deberle obediencia y lealtad.

En ninguna parte de la Biblia se nos enseña a creer que podemos usar a Jesús como Salvador y no reconocerlo como nuestro Señor. Él es el Señor, y así, como Señor, nos salva porque tiene todas las funciones u oficios de Salvador, de Cristo, de Sumo Sacerdote, y Él mismo es sabiduría, justicia, santificación y redención. Todo esto forma parte de Él como Cristo el Señor.

Nosotros no podemos ir a Jesucristo como obreros astutos y decirle, “tomaremos eso y aquello, pero no tomaremos esto”. No vamos a Él como quien compra muebles para su casa y le dice al vendedor, “me llevo esta mesa, pero no quiero la silla”, ¡dividiéndolo! ¡No! ¡Es todo de Cristo, o nada de Cristo!

Necesitamos predicar otra vez al mundo un Cristo completo. Un Cristo que será Señor de todo, o no será Señor de nada.

La salvación verdadera restaura el derecho de la relación entre el Creador y la criatura, porque vuelve a dar derecho a nuestro compañerismo y comunión con Dios. Ustedes se podrán dar cuenta que en este tiempo se ha enfatizado mucho la condición del pecador. Se habla mucho acerca de las aflicciones del pecador, de su pena y de las grandes cargas que lleva, pero nos hemos olvidado del hecho principal, que el pecador es en realidad un rebelde en contra de la autoridad perfectamente constituida de Cristo.

Esto es lo que hace al pecado, pecado. El pecador es un rebelde. Es hijo de desobediencia. El pecado es el quebrantamiento de la ley, y el pecador es un rebelde, fugitivo de las leyes justas de Dios.

Vamos a suponer que un hombre escapa de una prisión. Ciertamente tendrá penas y angustias. Le va a doler cuando se golpee contra troncos, piedras y cercas, igual que cuando se arrastre por ahí en la obscuridad. Va a tener hambre, va a sentir frío y cansancio, va a estar cansado y entumido de frío. Todas estas cosas le pasarán, pero son incidentales comparadas al hecho de que es un fugitivo de la justicia y un rebelde en contra de la ley.

Lo mismo pasa con los pecadores. Ciertamente tienen el corazón quebrantado y llevan una carga muy pesada; la Biblia nos muestra acerca de su condición. Pero ésta, es incidental al compararla con el hecho que nos muestra la razón por la cual el pecador es lo que es: que se ha rebelado contra la ley de Dios, y es un fugitivo del juicio divino.

Esto es lo que constituye la naturaleza del pecado. La carga pesada de miseria y tristeza, la culpabilidad y otras consecuencias, constituyen únicamente lo que brota de una voluntad no rendida al Espíritu Santo. Así que la raíz del pecado es la rebelión en contra de la Ley, la rebelión en contra de Dios. ¿No es el pecador el que dice, “yo me pertenezco a mí mismo, yo no le debo lealtad a nadie a menos que yo quiera dársela?” Esta es la esencia del pecado.

Pero, gracias a Dios, la salvación cambia esto y restaura la relación anterior. Así que, lo primero que hace el pecador que ha regresado a los caminos de Dios, es confesar: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros (siervos)” (Lucas 15:18-19).
En el arrepentimiento, nuestra relación con Dios es restaurada y nos entregamos completamente a la Palabra de Dios y a Su voluntad como niños obedientes (Ver Hechos 3:19).

La felicidad de todas las criaturas morales descansa exactamente en esto: dar obediencia a Dios. El salmista clamó: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto“ (Salmos 103:20).

Los ángeles en el cielo tienen su libertad completa y su máxima felicidad al obedecer los mandamientos de Dios. Ellos no lo ven como una tiranía, sino que lo consideran como un deleite.

He estado examinando una vez más los misterios del primer capítulo de Ezequiel y no los entiendo. Hay criaturas con cuatro caras y cuatro alas, seres extraños haciendo cosas extrañas. Hay ruedas y otras ruedas en medio de las primeras. Sale fuego del norte y las criaturas van derecho hacia adelante y algunas bajan sus alas y las ondean. Seres extraños y hermosos todos divirtiéndose de lo lindo, deleitándose completamente con la presencia de Dios y en el hecho de que ellos pueden hacerlo.

El cielo es un lugar en donde te entregas a la completa voluntad de Dios y, ¡es el cielo porque ahí mora Dios! Por más que digamos de sus puertas de perlas, sus calles de oro y sus paredes de jade, ¡el cielo es el cielo porque es el mundo de los hijos obedientes! El cielo es el cielo porque los hijos del Dios Altísimo encuentran que están en su ambiente natural como seres morales obedientes.

El infierno es el mundo del rebelde. Jesucristo dijo que hay fuego y gusanos en el infierno, pero esa no es la razón por la cual es el infierno. Puede que soportes los gusanos y el fuego, pero para una criatura moral que sabe y se da cuenta que él está en donde está porque es un rebelde, esa es la esencia del infierno y del juicio. Ese es el mundo eterno de todos los rebeldes desobedientes que han dicho, “yo no le debo nada a Dios”.

Este es el tiempo que se nos ha dado para decidir. Cada persona hace sus propias decisiones acerca del mundo eterno donde va a vivir.

Nosotros no podemos creer en un Cristo dividido. Debemos recibirlo a Él por lo que Él es —¡El Salvador ungido y el Señor que es el Rey de Reyes y Señor de Señores!— Cristo no sería quien es, si nos salvara, nos llamara y nos escogiera, sin el entendimiento de que Él también va a guiarnos y a controlar nuestras vidas.

¿Es posible que nosotros realmente pensemos que no le debemos obediencia a Jesucristo? Le debemos obediencia desde el segundo en que clamamos a Él pidiéndole que nos salvara, y si no le damos a Él esa obediencia, tengo razones para preguntarme si estamos realmente convertidos.

La Biblia dice: “Este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Ver Hechos 2:36). Jesús significa “Salvador”. Señor significa “Soberano”. Cristo significa “El Ungido”. El apóstol no predicó a Jesucristo como Salvador, él predicó a Jesucristo como Señor, Cristo y Salvador. Él nunca dividió su Persona o sus funciones u oficios.

Tres veces en el libro de los Romanos (Romanos 10:9-13) el apóstol llama a Jesucristo “Señor”. El dice que la fe en el Señor Jesús más la confesión de esa fe al mundo, nos trae salvación.

Escudriña las Escrituras. Lee el Nuevo Testamento. Si tú has sido enseñado a creer de una manera equivocada en un Salvador dividido, debes estar gozoso de que aún haya tiempo para arrepentirte y confiar en el verdadero. Él es el único que te llevará a la vida eterna.


Esto sería un día de hacer alto en las iglesias si de alguna forma ellas podrían ser persuadidas para cesar lo que han estado haciendo por mucho tiempo y oír al último mensaje de nuestro Señor. Una y otra vez el repitió su exhortación: «El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Ap. 3:13).
    Sin embargo, estamos tan ocupados con nuestras cosas que no oímos Su voz. Estamos tratando de hacer «las cosas usuales» que tenemos como básicas ya sean negocios u otras cosas, cuando realmente nada es usual – tampoco nunca de nuevo serán usual. Esta es una hora de absoluta desesperación para América, para el mundo por la causa del Evangelio.
    La hora es muy avanzada, es muy tarde para tratar de hacer lo que estamos haciendo en el mundo de religión. Estamos tratando de encajar un programa largo dentro del corto tiempo de la emergencia. Se anuncian «Servicios como de Costumbre» – lo cual sería muy posible lo que les está pasando a ellos.
    Tiene que haber una urgencia propia para la emergencia y los creyentes tienen que estar desesperados así como la situación es desesperante. 

El peligro que encaramos


    ¿Acaso usted no pensaría que en esta hora de peligro mortal las iglesias tendrían que estar llenas de creyentes – orando todas las noches mientras hay tiempo?
    ¿Porqué los creyentes queremos dormir mientras los pecadores andan en borracheras y jaranas toda la noche… mientras los miembros de iglesias recrean sus ojos en las cosas de Sodoma y Gomorra que la televisión trae a sus sales de estar? ¿Hemos sido adormecidos y embrutecidos por las conferencias, la existencia pacífica y el optimismo religioso que dicen «Paz y Seguridad» mientras nuestra destrucción está a la puerta?
    La celebración del nuevo año en muchas iglesias nos hace comentar con dolor acerca de la poca atención que se da a los tiempos peligrosos en que vivimos. Una película, un juego, el refrigerio, o cualquier otra cosa para pasar el tiempo hasta que sean las doce menos cuarto de la noche para empezar un devocional corto.

Perdónanos Señor


    Dios ha dicho: «Si...mi pueblo...entonces yo....» ¿Quién quiere humillarse, orar y buscar el rostro de Dios, y convertirse de sus malos caminos? (2 Cr. 7:14). No, no estamos con el humor de hacer eso. No podemos tener reuniones de oración con esas congregaciones que prefieren jugar en vez de orar.
    Todas las reuniones de oraciones pueden ser organizadas como los escenarios de las maratones, pero, ¿Qué clase de cristianos somos – acaso no somos capaces de reunirnos voluntariamente y permanecer intercediendo hasta penetrar y llegar a la misma presencia de Dios?
    ¿Qué pasaría si las grandes convenciones que tienen nuestras iglesias dejaran a un lado sus programas imprimidos y se pusieran de rodillas para orar oraciones desesperadas? Si llegamos a hablar acerca de estas convenciones que se reúnen para hablar de negocios, preguntamos, ¿acaso hay otro negocio mejor que estar ocupado buscando una visitación de Él?
    «El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.»
    Tengamos presente y en cuenta, «a las iglesias.» La iglesia es el cuerpo, el edificio, la novia de Cristo, pero, sin embargo, aquí se tiene en mente a iglesias locales. Mucho se predica acerca de la iglesia. Estas predicaciones mencionan a la iglesia en una forma abstracta pero nunca acerca de la iglesia que está en la esquina. Lo ideal viene a ser el enemigo de lo actual. No hay tal cosa a lo que llamamos avivamiento en general aparte del que empieza en la iglesia local.
    El hombre mejor calificado para juzgar si estamos o no estamos teniendo avivamiento, es el pastor, porque del avivamiento que vale la pena hablar es de aquel que es mostrado y visto en la iglesia local. Este es el termómetro para medir mejor el ambiente climático espiritual en todas partes.
    Hay algunos que piensan que Dios desvía su camino en dirección a las iglesias y que con pachorra va al lado de las asambleas locales, y que Él usa otros movimientos para que el trabajo sea hecho más rápido.
    Dios a veces usa lo irregular, pero esto es solo para traer de vuelta a lo regular. La iglesia local es la unidad que nuestro Señor dejo y para que lleve Su trabajo; y aún al tiempo del último capítulo de la edad de la iglesia Él sigue hablando a congregaciones visibles en lugares definidos. El programa de Dios nunca desviará el camino en dirección a la iglesia local.

Contristando al Espíritu


    «El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» Oímos a todas las cosas y a todos en general, pero no oímos al Espíritu Santo. Decidimos que clase de servicio y qué clase de avivamiento queremos, para luego sentirnos desanimados porque no lo alcanzamos.
    Tenemos que dejar a Dios darnos el modelo desde el santo monte. Escribimos las notas musicales y esperamos que el Santo Espíritu las toque. Tenemos una estrategia y esperamos que Él la siga. Esperamos que el Todopoderoso firme en el renglón que le presentamos.
    Dios no está firmando en ninguna de nuestras líneas. ¿Estamos tan enamorados de nuestros planes que resistimos doblegarnos a Él? ¿Estamos listos a tirar todos ellos en el basurero si Él nos ofrece otro mejor? ¿Ha habido alguna vez que nos hemos doblegado absolutamente al Soberano Santo Espíritu?
    ¿Le mentimos, apagamos y contristamos a Él? ¿Respetamos nuestros cuerpos porque son Su templo? ¿Hemos sido alguna vez llenos del Espíritu – o preferimos perder una bendición por no de dejar el prejuicio?
    «El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» ¡Las iglesias! ¡El Espíritu! ¡El oyente! El Señor dice ocho veces en los evangelios: «El que tenga oídos para oír, oiga.» En Apocalipsis Él también dice ocho veces: «El que tiene oído, oiga,» y a la iglesia de Laodicea le dice: «Si alguno oye mi voz y abre la puerta...» (Ap. 3:20).

El Señor está esperando


    Observe lo vasto de «Si alguno...» y lo estrecho de «Si alguno oye Mi voz y abre la puerta.» Es lo suficientemente ancho para incluir a cada uno de la iglesia, pero es limitado en su cumplimiento porque son solo aquellos que oyen su voz – y abren la puerta.
    Cualquiera puede empezar un avivamiento, pero solo algunos son los que realmente lo hacen. Nuestro Señor está esperando por alguno o alguien en la iglesia – con oídos atentos a Dios.
    Esto es muy triste, tenemos oídos, pero «no oímos.» Invertimos mucho tiempo aprendiendo a hablar cuando lo que más necesitamos es aprender a oír. Después de todo, el Señor nos dio dos oídos para oír y una boca para hablar por lo cual tenemos que estar muy agradecidos.
    ¿Qué es lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias? ¡Arrepiéntete! Algunas iglesias son muy grandes para hacer tal cosa y otras están muy ocupadas. Otras piensan que son muy buenas y de ninguna cosa tienen necesidad (Ap. 3:14-19).
    Ellos dicen: «No molestemos al pecado. Dejemos las cosas tal como están, no queremos situaciones difíciles. No interrumpamos la posición social. Esto es suficiente bueno. Dejemos a Acab mantener su oro. No molestemos al hermano inmoral de Corinto. Dejemos a Jezabel levantar un altar a Baal en la iglesia de Tiatira.
    Otros se sienten desanimados y se dicen que no es bueno seguir tratando de llamar a las iglesias al arrepentimiento. Nuestro Señor no sintió así. Cinco de las iglesias en Asia se encontraban en una lamentable condición – y el Cristo de los siete candeleros pacientemente se esforzaba para levantarlas (Ap., capítulos 2 y 3).

Hay señales que alientan


    Por más de veinte años he estado yendo y viniendo en el país visitando iglesias y llamando al arrepentimiento a los creyentes. Yo no creo en estar afuera parado frente las puertas de las iglesias llamando; yo creo estar adentro de las iglesias parado exhortándoles.
    Ahora hay más puertas abiertas que nunca. Esto muestra que ministros y miembros de nuestras iglesias están notando este hecho porque el número de miembros está aumentando así como las actividades. Con todo, algo muy erróneo está sucediendo dentro de nuestras reuniones.
    Estamos haciendo todo, pero la primera cosa tal como: «El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesia» es para el oído que oye. Tenemos las iglesias y el Espíritu está en medio de nosotros. Entonces, ¿quién será el que oye Su voz – y abre la puerta? (Ap. 3:20-22).


Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.  El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Juan 10:9-11

El discurso de Jesús acerca del buen pastor debe ser leído en el contexto de Juan 9:35-41, como el verso 10:21 claramente lo indica. Los fariseos no eran solamente líderes ciegos, sino también falsos pastores, descritos en los versículos 5 y 8 como extraños,  ladrones y salteadores.


Gracias a la comparación de Jesús, podemos imaginarnos uno de esos corrales comunitarios en que se juntan los rebaños de varios pastores del área bajo la vigilancia de un cuidador para pasar la noche. Al amanecer, aún antes el alba, el pastor Palestino llama a sus ovejas por nombre (es común en las tierras de Palestina poner nombre a sus animales) las ovejas oyen su voz y lo siguen y él va al frente de ellas y los dirige a pastar.

H. V. Morton viajaba cerca de Bethlehem y describió este acontecimiento una mañana. Dos pastores “habían pasado evidentemente la noche con sus rebaños en una cueva. Todas las ovejas se mezclaron juntas y llegaba el tiempo para que los pastores salieran en direcciones diferentes. Uno de los pastores se paró a cierta distancia de las ovejas y comenzó a llamarlas. Primero uno, después otro, entonces cuatro o cinco animales corrieron hacia él; etcétera hasta que él hubo contado el total de su rebaño” (En los Pasos del Amo, p.155). Jesús conoce a sus ovejas y ellas responden a Él. Jesús llama a sus ovejas por su nombre y ellas la siguen porque conocen su voz.

No obstante, hay otra imagen descriptiva de Jesús como la puerta. Cuando las ovejas estaban afuera en la colina toda la noche, se las guardaba en cuevas, apriscos o patios amurallados con piedras, zarzas y vides espinosas largas que crecían por encima, abiertos en su mayor parte al cielo, que las protegía de los ladrones y de lobos en la noche. Naturalmente, la abertu­ra a estas cuevas o patios no tenía ninguna puerta. El pastor se ponía sobre ella y literal­mente era la puerta, ya que durante la noche yacía en la abertu­ra. Las ovejas solo podían salir pasando por encima de él y los enemigos de las ovejas podían entrar solamente pasándole por encima de él.

Del mismo modo que un pastor cuida de sus ovejas, Jesús, es el Buen Pastor que cuida de su rebaño (quienes lo siguen). El profeta Ezequiel, al predecir la venida del Mesías, lo llamó pastor (Ezequiel 34:23). Jesús es la puerta de las ovejas, Él es la entrada al redil….por lo tanto, si un hombre desea entrar al redil de Cristo, este debe hacerlo por la puerta que es Cristo. Un hombre entra al redil de Dios solo a través de la puerta de Cristo, puesto que Cristo es la puerta para llegar a la presencia de Dios.

Todos los otros que sostienen ser la puerta son ladrones y salteadores. Hay algunos que sostienen ser la puerta y tener el camino hacia Dios. Sostienen conocer el camino correcto y tener las ideas más nuevas y la última verdad y conocimiento. Sostienen tener la enseñanza, la religión, las obras, la madurez, la filosofía, la psicología, las ideas y los conceptos nuevos correctos. Sostienen ser la puerta que se abre ante la presencia de Dios. Pero Jesús dice que son ladrones y salteadores. Salen a robar las ovejas, tanto su lana (posesiones) como sus vidas (lealtad). Quieren tanto la lana como sus vidas, porque si tienen ambas tienen la lealtad permanente de las ovejas.
 
La boda había pasado. El confeti (arroz) había sido tirado. El pastel de boda había sido cortado, y los regalos habían sido abiertos. Tomás y su novia por fin estaban a solas. Al arrancar el coche del bordillo, la novia se alejó de su esposo al otro lado del asiento — tan lejos como era posible.

    "Tomás, ¡llévame a mi casa!"

    "¿A la casa, Catalina? No hemos comenzado nuestra luna de miel. ¡Nuestra casa nueva no estará lista por tres semanas!"

    "No quiero ir a esa casa que tú estás construyendo. A lo menos, no ahora. No por mucho tiempo. Llévame a mi apartamento".

    Tomás miró a su novia, asombrado, pero no existían dudas. Ella hablaba en serio. Y más asombrado se puso al escuchar las siguientes palabras:

    "Tomás, me alegro de que somos casados. Nos pertenecemos el uno al otro, y puedo usar tu nombre por el mío. Pero por favor, llévame a mi apartamento".

    "Ya que estamos casados, trataré de verte una vez por semana. Pero en lo que refiere a vivir contigo, ¡nada de eso! Voy a regresar a mi empleo, mis amigos y mis pasatiempos usuales. ¡Seguro te amo a ti! Te he aceptado como mi esposo, ¿verdad? Te pertenezco para siempre, pero rehuso permitirte entrometerse en mi vida. Voy a vivir como me plazca".

    "Por supuesto, si estoy enferma o si necesito dinero, te llamaré en seguida porque con todo, te he aceptado como mi esposo. En el interín, gracias por amarme. Gracias por casarte conmigo. Gracias per ser mi esposo, pero ¡vete fuera de mi vida!"

    Ahora, tal programa no sería un casamiento. Sería una tontería. Aceptar a una persona como esposo o esposa, es un hecho de compromiso.

    Y exactamente eso es lo que significa ser cristiano. Hay muchos que se llaman "cristianos", cuyas actitudes hacia Cristo son idénticas a la de Catalina hacia su nuevo esposo. Ellos dicen en efecto, si no en palabras actuales:

    "Señor, te he aceptado como mi Salvador. Gracias por salvarme. Ahora déjame a solas. Voy a regresar a mis amigos anteriores, a mis placeres previos, a mi estilo usual de vida. Contaré con tu ayuda si la necesito, ya que tú eres mi Salvador. Pero en cuanto a vivir para ti, ¡nada de eso! Por supuesto, cuando muero espero tener mi lugar en tu hogar que estás preparando, pero espero que eso no sea tan pronto. Acá estoy muy a gusto".

    ¿Soy realmente de Cristo si me comporto así? ¿Verdaderamente lo he aceptado? ¿Sinceramente le he dado mi corazón?

    En Romanos 7 podemos ver lo que se implica el llegar a ser un cristiano verdadero. Pablo, usando el matrimonio como ilustración, dice que el Espíritu Santo nos acerca, y nos muestra el Cristo quien murió por nuestro pecado y luego resucitó en triunfo del sepulcro. Entonces Él nos insta:

    "¿Tomarás a Cristo Jesús para ser tu Salvador y Señor?"

    Y respondemos: "Sí quiero".

    En ese momento somos "de otro, del que resucitó de los muertos" (Romanos 7:4), según Pablo. Somos de Él, y Él es de nosotros, no sólo por los años del tiempo, sino también por la eternidad.

    "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hechos 16:31).

    "Así que, hermanos, os ruego… que presentéis vuestros cuerpos… a Dios" (Romanos 12:1).

 

    El mundo se está calentando. Mientras hay debate en cuanto el mundo se está calentando literalmente o no (el calentamiento global) la mayoría estará de acuerdo que sí el mundo se está calentando de otras maneras. Por ejemplo, los males financieros amenazan las economías nacionales y la economía global. Las tensiones son fuertes entre algunas naciones, incluyendo la hostilidad hacia los Estados Unidos e Israel. La preocupación se profundiza más sobre la amenaza de armas nucleares al modo que más naciones desarrollan esa potencial. Las presiones económicas y otras presiones se aumentan por la oferta y la demanda del petróleo y otros recursos. El terrorismo es una amenaza constante que aún se pueda intensificar con acceso a más armas letales. Por supuesto hay también las presiones creadas por la corrupción política, la codicia, la explotación de los pobres, la malnutrición y el hambre, la enfermedad, la violencia, la genocida, la persecución, las religiones falsas, y la lista sigue.

    Como el pueblo de Dios, nos lamentamos profundamente pero no nos sorprendemos por las condiciones en el mundo. Jesús nos advirtió que «se levantará nación contra nación…habrá hambres y terremotos por todas partes... muchos se apartarán de la fe… surgirá un gran número de falsos profetas que engañarán a muchos. Habrá tanta maldad que el amor de muchos se enfriará» (Mateo 24:7-12). El apóstol Pablo también advirtió, «Ahora bien, ten en cuenta que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. La gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios…» (2 Timoteo 3:1-4).

    Una de las admoniciones fuertes en la Biblia con respeto a los señales de los últimos tiempos tales como los que experimentamos hoy en día es «¡Estén alerta!» (Marcos 13:33). Debemos estar «siempre vigilantes» (Lucas 21:36) y tener cuidado (Marcos 13:23). Seguramente estamos viviendo una hora que requiere nuestra atención. ¿No es cierto acaso que factores suficientes se encuentran en lugar para que cambios dramáticos puedan ocurrir en el mundo dentro de un periodo corto, aún de un día para otro? ¿Qué significaría para el mundo si Israel o Irán se atacaran, o si se arruinara una economía principal, o si los terroristas tengan éxito en el uso de una arma de destrucción masiva? Las palabras del apóstol Pablo parecen tan urgentes como nunca: «Ya es hora de que despierten del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos. La noche está muy avanzada y ya se acerca el día» (Romanos 13:11-12). 
 
    La Palabra de Dios tiene mucho que decir sobre los últimos días. El enfoque, sin embargo, no está en indicar la hora de los eventos finales sino en decirnos como debemos vivir en este tiempo tan significante. A modo que les llamo la atención a lo que enseña la Escritura en este respeto, los animo a hacer los ajustes necesarios para vivir más plenamente según la Palabra de Dios. A manera que lo hacen, se volverán más preparados para lo que viene, y también estarán más equipados para hacer un impacto positive y duradero en las vidas de otros.

Sé fuerte en la Palabra de Dios

    Uno de los asuntos serios relacionados con los últimos días es la decepción. Fíjense, por ejemplo, en las advertencias de Jesús, acerca de la decepción en Su enseñanza sobre el fin del mundo en el capítulo veinticuatro de Mateo: «Tengan cuidado de que nadie los engañe. Vendrán muchos que, usando Mi nombre, dirán: ‘Yo soy el Cristo’, y engañarán a muchos» (v. 4-5); «…y surgirá un gran número de falsos profetas que engañarán a muchos» (v. 11); «…Porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a los elegidos» (v. 24). El apóstol Pablo nos advierte que «mientras que esos malvados embaucadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados» (2 Timoteo 3:13) y que «el malvado vendrá, por obra de Satanás, con toda clase de milagros, señales y prodigios falsos. Con toda perversidad engañará a los que se pierden por haberse negado a amar la verdad…» (2 Tesalonicenses 2:9-10). El apóstol Juan, en su visión de lo que vendrá, describe a la bestia que «engañó a los habitantes de la tierra» (Apocalipsis 13:14).
    Por supuesto ya vemos mucha decepción en el mundo incluyendo las religiones falsas y los cultos que distorsionan la verdad, y la cultura actual que niega la realidad de verdad absoluta. Pero aún dentro de la Iglesia, hay señales crecientes de la decepción. Algunos que dicen ser cristianos están comenzando a abocar rutas de salvación que no sean Jesucristo solamente. Maestros falsos están a la obra en la Iglesia, torciendo la doctrina para su propio beneficio de poder y ganancia financiera. Al parecer, hermos alcanzado la hora descrita por el apóstol Pablo, «…Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las novelerías que quieren oír» (2 Timoteo 4:3).

    ¿Cómo nos guardamos contra tal decepción? Debemos seguir firmes y mantenernos fieles a las enseñanzas que se nos han transmitido por medio de la Palabra de Dios (2 Tesalonicenses 2:15). Debemos seguir adelante en «…las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (2 Timoteo 3:15-16). Y, como exhorta el apóstol Pedro, «Así que ustedes, queridos hermanos, puesto que ya saben esto de antemano, manténganse alerta, no sea que, arrastrados por el error de esos libertinos, pierdan la estabilidad y caigan. Más bien, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo...» (2 Pedro 3:17-18).

    Una de las maneras fundamentales de reconocer lo que es falso es conocer totalmente lo que es verdadero. La Palabra de Dios es verdad (Juan 17:17), y es imperativo en este tiempo que nos sumerjamos en Su Palabra. Debemos leerla, estudiarla, meditar sobre ella, y permanecer en su verdad. Si no nos mantenemos firmes en la Palabra de Dios, estaremos propensos a estar «zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza» (Efesios 4:14). Como los saduceos, podemos encontrarnos en error si nosotros «desconocemos las Escrituras…» (Mateo 22:29). Pero si nos dedicamos al «alimento sólido» de la Palabra de Dios, podremos «distinguir entre lo bueno y lo malo» (Hebreos 5:14). Por supuesto, también podemos ayudar a proteger a otros de error cuando fielmente compartimos la Palabra con ellos. Así, la llamada de Pablo: «Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar» (2 Timoteo 4:2).

    Además de la protección de la decepción que la Palabra de Dios nos ofrece, también nos ayuda a entender los tiempos en que vivimos. Daniel, por ejemplo, escribe que «logré entender ese pasaje de las Escrituras donde el Señor le comunicó al profeta Jeremías que la desolación de Jerusalén duraría setenta años» (Daniel. 9:2). Jesús nos dio el libro de Apocalipsis por medio del apóstol Juan para mostrarnos «lo que sin demora tiene que suceder» (Apocalipsis 1:1). Entonces, Juan escribe que «Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de este mensaje profético y hacen caso de lo que aquí está escrito, porque el tiempo de su cumplimiento está cerca» (Apocalipsis 1:3). Por supuesto, otras numerosas porciones de la Palabra de Dios nos dan discernimiento acerca de lo está por venir. A manera que nos tomamos a pecho esta enseñanza, estaremos más alertos y más preparados ahora y en los días venideros.

¡Arrepiéntese!

    También es la hora de volverse serio con respeto al pecado. El escritor de Hebreos indica que cuando aparece Jesús, Él «aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan» (Hebreos 9:28). Entonces, «animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca» (Hebreos 10:25). Sin embargo, el escritor sigue en dar esta advertencia: «Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay sacrificio por los pecados. Sólo queda una terrible expectativa de juicio, el fuego ardiente que ha de devorar a los enemigos de Dios» (Hebreos 10:26-27). 
 
    Si está ustedes coqueteando con el pecado, o si ha caído en la práctica del pecado, ¡ahora es el día de arrepentirse! Tome al pecho las advertencias de Jesús en Sus cartas a las iglesias en el libro de Apocalipsis: «…Conozco tus obras; tienes fama de estar vivo, pero en realidad estás muerto. ¡Despierta! Reaviva lo que aún es rescatable pues, no he encontrado que tus obras sean perfectas delante de Mi Dios. Así que recuerda lo que has recibido y oído; obedécelo y arrepiéntete. Si no te mantienes despierto, cuando menos lo esperes caeré sobre ti como un ladrón» (3:1-3); «Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo…» (3:19-20).
    El tiempo viene cuando los «cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada» (2 Pedro 3:10). Tomando esto en consideración, el apóstol Pedro pregunta, «¿no deberían vivir ustedes como Dios manda?» Él entonces procede a declarar que deben estar «siguiendo una conducta intachable» (2 Pedro 3:11). Sigue declarando que como «esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia… esfuércense para que Dios los halle sin mancha y sin defecto, y en paz con Él» (2 Pedro 3:13-14). 
 
    Asimismo, el apóstol Pablo, anhelando la resurrección que está por venir, amonesta: «Vuelvan a su sano juicio, como conviene, y dejen de pecar…» (1 Corintios 15:34). El Señor es justo, y por eso tenemos que dejar el pecado y «permanezcamos en Él para que, cuando se manifieste, podamos presentarnos ante Él confiadamente, seguros de no ser avergonzados en Su venida» (1 Juan 2:28). Debemos «y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para Sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien» (Tito 2:12-14).


Sé fiel a la obra del Señor

    Pasajes bíblicos sobre los últimos días dan énfasis a la necesidad de permanecer fiel a las responsabilidades que el Señor nos ha confiado hasta que Él vuelva. Por ejemplo, en el contexto de Su Segunda Venida, Jesús enseña, «¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien su señor ha dejado encargado de los sirvientes para darles la comida a su debido tiempo? Dichoso el siervo cuando su señor, al regresar, lo encuentra cumpliendo con su deber» (Mateo 24:45-46; cf. Lucas 12:42-43).
    De manera parecida, el apóstol Pablo, también dentro del contexto de la Venida de Cristo, nos da esta exhortación: «Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58). Y el apóstol Pedro, enfatizando que «ya se acerca el fin de todas las cosas,» nos llama a emplear cualquier dones que hemos recibido «al servicio de los demás…administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas…» (1 Pedro 4:7, 10).

    Debemos de tener cuidado de no subestimar el valor a nuestro Señor de nuestro servicio día tras día, nuestra obediencia en las cosas pequeñas tanto como en las cosas grandes. La obra que Él nos ha concedido es esencial para Su plan de alcanzar a los perdidos con la salvación y para edificar la Iglesia. ¡Debemos ser fieles a esa obra! Estamos para «ocuparnos» hasta que Él venga (Lucas 19:13, Reina Valera), «aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos» (Efesios 5:16). 
 
Sé fiel en la oración

    También debemos dedicarnos a la oración en estos últimos días. Como escribe el apóstol Pedro, «Ya se acerca el fin de todas las cosas. Así que, para orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada» (1 Pedro 4:7). Jesús también enfatiza la importancia de la oración en el contexto de los últimos tiempos: «Tengan cuidado, no sea que se les endurezca el corazón por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida. De otra manera, aquel día caerá de improviso sobre ustedes, pues vendrá como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Estén siempre vigilantes, y oren para que puedan escapar de todo lo que está por suceder, y presentarse delante del Hijo del hombre» (Lucas 21:34-36). Asimismo, el apóstol Pablo nos llama a «perseveran en la oración» (Romanos 12:12), a «orar sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17).

    ¿Por qué tanta énfasis en la oración? ¿Y por qué se le da énfasis particular a la importancia de la oración en estos últimos días? Pues, considere cuán grandes son las necesidades que nos rodean y por todo el mundo, y empareje aquél con las clases de cosas que hace Dios en respuesta a la oración. Por ejemplo, Él nos ayuda en tiempos de tribulación y tentación, nos rescata de nuestros enemigos, nos sostiene y nos fortalece, nos provee y nos protege, nos sana y nos santifica, nos concede paz que sobrepasa la comprensión, nos concede favor con otros, nos revela Su voluntad y nos guía dentro de ella, nos conceda sabiduría y entendimiento espiritual. Él nos ayuda a hacer lo bien, nos capacita para vivir dignos de Él y para cumplir sus propósitos, nos capacita para el ministerio, nos quita el temor y nos da audacia, nos abre puertas para el ministerio, manda a misioneros, causa que se extienda Su mensaje y que sea honrado, perdona y salva, trae crecimiento espiritual y causa que el amor abunde más y más, nos capacita a estar firmes dentro de toda la voluntad de Dios, aparta el juicio, hace milagros, y derrama Su Espíritu Santo.

    ¿No son éstas las cosas que precisamente le hacen falta al mundo en esta hora? ¡No es de maravillar que el Señor nos haya llamado a orar! Necesitamos, y otros necesitan, lo que Dios solo puede dar – y está ansioso de dar en respuesta a la oración. Si ya eres fiel en la oración, siga adelante entonces, sabiendo que la oración de los justos es «poderosa y eficaz» (Santiago 5:16). ¡Sus oraciones son de consecuencia eternal, impactando sus vidas y las vidas de otros por toda la tierra! Si no eres fiel en la oración, es tiempo de despertar, dejar al lado las distracciones del mundo, y «Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento» (Colosenses 4:2). Ponga en práctica la amonestación de Pablo de «Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos» (Efesios 6:18).

    Mientras los creyentes pueden variar en su comprensión de la hora y la cronología de los eventos de los últimos días, no hay duda ninguna que el Señor nos ha llamado en estos últimos días a ser fuertes en Su Palabra, a dar la espalda al pecado, y a ser fiel en ministerio y oración. La venida de Jesús se acerca. «No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en nuestro sano juicio» (1 Tesalonicenses 5:6).
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